Para afrontar esta exposición en la Galería Espacio Mínimo, Martínez Oliva se retrotrae al proceso en el que asume públicamente su homosexualidad. Según su reflexión, cuando un joven se reconoce fuera de la heteronormalidad, se ve obligado a crearse una máscara tras la cual esconderse. Esta máscara le mantiene a salvo de los juicios, los señalamientos y las agresiones, a la vez que lo encierra en un espacio psíquico opresivo y angustiante, donde el verdadero ser se asfixia. Partiendo de esta idea, construye una instalación con malla metálica, creando un espacio minúsculo y lúgubre, su armario particular. Un armario al que puede acceder el público para así trasladarlo a sus experiencias personales. Experiencias que en su adolescencia le conducían al sonrojo. Aquí el rubor se entiende como una nueva máscara que oculta tanto como revela. La instalación la completan un conjunto de dibujos que abordan la tapadera, la vergüenza, el silencio y la culpa. Con una bolsa de viaje que oculta revistas pornográficas manoseadas en el forro; una mancha de humedad (como mácula que empaña y corrompe la vida de toda persona homosexual); y un balón de fútbol con un rostro estampado en el centro, como una verónica que emerge después de sufrir un balonazo en la cara. El fútbol es el terreno paradigmático en el que el joven homosexual siente tanto deseo como rechazo.
Porque del armario se sale, pero no se deja de entrar.
Para afrontar esta exposición en la Galería Espacio Mínimo, Martínez Oliva se retrotrae al proceso en el que asume públicamente su homosexualidad. Según su reflexión, cuando un joven se reconoce fuera de la heteronormalidad, se ve obligado a crearse una máscara tras la cual esconderse. Esta máscara le mantiene a salvo de los juicios, los señalamientos y las agresiones, a la vez que lo encierra en un espacio psíquico opresivo y angustiante, donde el verdadero ser se asfixia. Partiendo de esta idea, construye una instalación con malla metálica, creando un espacio minúsculo y lúgubre, su armario particular. Un armario al que puede acceder el público para así trasladarlo a sus experiencias personales. Experiencias que en su adolescencia le conducían al sonrojo. Aquí el rubor se entiende como una nueva máscara que oculta tanto como revela. La instalación la completan un conjunto de dibujos que abordan la tapadera, la vergüenza, el silencio y la culpa. Con una bolsa de viaje que oculta revistas pornográficas manoseadas en el forro; una mancha de humedad (como mácula que empaña y corrompe la vida de toda persona homosexual); y un balón de fútbol con un rostro estampado en el centro, como una verónica que emerge después de sufrir un balonazo en la cara. El fútbol es el terreno paradigmático en el que el joven homosexual siente tanto deseo como rechazo.
Porque del armario se sale, pero no se deja de entrar.





