Instalación audiovisual de 5 monitores mac tumbados sobre 5 pilas de libros. El proyecto aborda la ausencia, el anhelo y el deseo de contacto físico. Cuando en 2020 se decreta el confinamiento debido a la crisis sanitaria de la COVID-19, al igual que mucha gente, Carmelo Gabaldón se encuentra solo en su domicilio. Con el estricto encierro en una situación de clamorosa incertidumbre la soledad se acusa. Sin nadie que le acompañe, de pronto, surge la necesidad de l+ otr+. En estas circunstancias, Gabaldón graba unos vídeos en los que se acaricia a sí mismo, de forma autónoma, como metáfora del deseo anhelante. Con su dispositivo móvil, captura el roce de su mano contra su propia piel, con una notable carga erótica, sin llegar a lo explícito, en una constante exploración carnal, sinuosa y deseante. Este ejercicio le permite observarse desde otros ángulos, descubriéndose con una corporeidad ajena, muy próxima a es+ otr+ a l+ que aspira. Un+ otr+ sin identidad, sin nombre, aún por conocer. Alimentando una ilusión espectral, con la misma energía adolescente que ansía un encuentro que nunca sucede.
Años después sigue grabando vídeos, atraído por esta búsqueda de contacto. Al montarlos, emplea distintos recursos con tal de mantener activo el apetito carnal. Ralentiza unos planos tan cerrados como sugerentes, recreándose en un gesto que avanza poco a poco, hundiendo la piel, deslizando el vello con sostenida delicadeza. Vira la imagen a un color concreto, haciendo alusión a la película Les amours imaginaires (Los amores imaginarios, 2010), de Xavier Dolan. En este film, que retrata las insaciables aventuras y desventuras de un triángulo amoroso, Dolan satura algunas escenas con un color vibrante para enfatizar el estado emocional de los personajes. Por su parte, Gabaldón emplea el violeta, el rojo, el magenta, el azul y el verde, en un juego de complementarios que persigue el contraste. En cada uno de los 5 canales, el vídeo se monta de una forma aleatoria diferente, incidiendo en su fragmentación. En el momento de mostrarse, las imágenes pueden sincronizarse en una aparente homogeneización que al poco se desregula, como si fuera un accidente que señala el perpetuo reconocimiento de un cuerpo deseante, inquieto, ansioso, insatisfecho.
En la instalación, las pantallas descansan sobre una amplia selección literaria que consta de ensayos, novelas y catálogos de exposiciones. Una recopilación de títulos y nombres (Aliaga, Goytisolo, Miralles) que han sido claves en la construcción de su identidad como sujeto maricón. Cuando el amor homosexual, como ideal alcanzable, no llega, aún no existe, no encuentra referentes ni imaginarios representados, también es el momento del anhelo de l+ otr+ a través de su ausencia. Leer, al igual que masturbarse, es un proceso íntimo que se ejecuta en una soledad sensitiva, abierta, que suspira por irrumpir, por colisionar y por adentrarse en l+ otr+, en una relación recíproca en la que el+ otr+ nos conquista, nos afecta, penetra en nosotr+s. Con la lectura logramos entender los contextos, los sentimientos de los personajes y, por ende, a nosotr+s mism+s. De ahí que en esta instalación estos libros se presenten como pilares que sostienen la identidad, el cuerpo, el deseo, como un espacio social y cultural que está estratégicamente apuntalado.
Gabaldón se recrea en sus propias caricias, como espacio liminal de lo que puede ser, disfrutando de la sensación táctil. El término tocarte, en una doble direccionalidad, puede subrayar una acción que se acomete a solas, sobre un+ mism+, a la vez que se dirige hacia l+ otr+, sujeto extraño aún por venir. L+ espactor+ no puede salvar esta distancia, reduciendo este tocar a puro consumo de pantallas. De este modo, Gabaldón aborda el deseo, como un espacio social que es construido y es sustentado desde la lejanía, convirtiendo a la audiencia en testigo y cómplice de esta necesidad de afecto, de caricia, bañando la estancia en una policromía de sensaciones intangibles.
Instalación audiovisual de 5 monitores mac tumbados sobre 5 pilas de libros. El proyecto aborda la ausencia, el anhelo y el deseo de contacto físico. Cuando en 2020 se decreta el confinamiento debido a la crisis sanitaria de la COVID-19, al igual que mucha gente, Carmelo Gabaldón se encuentra solo en su domicilio. Con el estricto encierro en una situación de clamorosa incertidumbre la soledad se acusa. Sin nadie que le acompañe, de pronto, surge la necesidad de l+ otr+. En estas circunstancias, Gabaldón graba unos vídeos en los que se acaricia a sí mismo, de forma autónoma, como metáfora del deseo anhelante. Con su dispositivo móvil, captura el roce de su mano contra su propia piel, con una notable carga erótica, sin llegar a lo explícito, en una constante exploración carnal, sinuosa y deseante. Este ejercicio le permite observarse desde otros ángulos, descubriéndose con una corporeidad ajena, muy próxima a es+ otr+ a l+ que aspira. Un+ otr+ sin identidad, sin nombre, aún por conocer. Alimentando una ilusión espectral, con la misma energía adolescente que ansía un encuentro que nunca sucede.
Años después sigue grabando vídeos, atraído por esta búsqueda de contacto. Al montarlos, emplea distintos recursos con tal de mantener activo el apetito carnal. Ralentiza unos planos tan cerrados como sugerentes, recreándose en un gesto que avanza poco a poco, hundiendo la piel, deslizando el vello con sostenida delicadeza. Vira la imagen a un color concreto, haciendo alusión a la película Les amours imaginaires (Los amores imaginarios, 2010), de Xavier Dolan. En este film, que retrata las insaciables aventuras y desventuras de un triángulo amoroso, Dolan satura algunas escenas con un color vibrante para enfatizar el estado emocional de los personajes. Por su parte, Gabaldón emplea el violeta, el rojo, el magenta, el azul y el verde, en un juego de complementarios que persigue el contraste. En cada uno de los 5 canales, el vídeo se monta de una forma aleatoria diferente, incidiendo en su fragmentación. En el momento de mostrarse, las imágenes pueden sincronizarse en una aparente homogeneización que al poco se desregula, como si fuera un accidente que señala el perpetuo reconocimiento de un cuerpo deseante, inquieto, ansioso, insatisfecho.
En la instalación, las pantallas descansan sobre una amplia selección literaria que consta de ensayos, novelas y catálogos de exposiciones. Una recopilación de títulos y nombres (Aliaga, Goytisolo, Miralles) que han sido claves en la construcción de su identidad como sujeto maricón. Cuando el amor homosexual, como ideal alcanzable, no llega, aún no existe, no encuentra referentes ni imaginarios representados, también es el momento del anhelo de l+ otr+ a través de su ausencia. Leer, al igual que masturbarse, es un proceso íntimo que se ejecuta en una soledad sensitiva, abierta, que suspira por irrumpir, por colisionar y por adentrarse en l+ otr+, en una relación recíproca en la que el+ otr+ nos conquista, nos afecta, penetra en nosotr+s. Con la lectura logramos entender los contextos, los sentimientos de los personajes y, por ende, a nosotr+s mism+s. De ahí que en esta instalación estos libros se presenten como pilares que sostienen la identidad, el cuerpo, el deseo, como un espacio social y cultural que está estratégicamente apuntalado.
Gabaldón se recrea en sus propias caricias, como espacio liminal de lo que puede ser, disfrutando de la sensación táctil. El término tocarte, en una doble direccionalidad, puede subrayar una acción que se acomete a solas, sobre un+ mism+, a la vez que se dirige hacia l+ otr+, sujeto extraño aún por venir. L+ espactor+ no puede salvar esta distancia, reduciendo este tocar a puro consumo de pantallas. De este modo, Gabaldón aborda el deseo, como un espacio social que es construido y es sustentado desde la lejanía, convirtiendo a la audiencia en testigo y cómplice de esta necesidad de afecto, de caricia, bañando la estancia en una policromía de sensaciones intangibles.




