La obra de Pepe Romero explora de manera recurrente el ámbito doméstico, entendiendo el núcleo familiar como el lugar en el que surgen los primeros conflictos que nos afectan como individuos en formación. Ser, al margen de las creencias y convicciones asignadas por los lazos de sangre, es una labor de valentía. Quien primero te juzga es quien más cerca está de ti, por eso, quebrar los roles y reglas impuestas en la cotidianeidad del hogar es un combate en el que siempre se produce alguna pérdida. Se pierde apoyo, cariño, credibilidad de quien se supone que está ahí para proteger y dar consuelo ante las adversidades de la vida. En este sentido, Romero toma la casa como símbolo central. Con ella construye unas arquitecturas herméticas, atravesadas por unas puertas que no dan entrada, sino que, convertidas en pasillos, conducen de nuevo al exterior. Con estas viviendas privadas, tapiadas, impenetrables, aborda la experiencia del homosexual en el entorno familiar.
Para Romero, toda figura sexodisidente a menudo genera incomodidad, quedando relegada a un aislamiento emocional, a un autismo, a una incapacidad de comunicarse con claridad, sorteando el tabú, merodeando el terreno del silencio, de lo que debe ocultarse, de lo que inquieta y abruma.
Una luz roja ilumina la parte inferior de la instalación, como una alarma que, aunque activada, permanece sigilosa, oculta bajo los pies.
La obra de Pepe Romero explora de manera recurrente el ámbito doméstico, entendiendo el núcleo familiar como el lugar en el que surgen los primeros conflictos que nos afectan como individuos en formación. Ser, al margen de las creencias y convicciones asignadas por los lazos de sangre, es una labor de valentía. Quien primero te juzga es quien más cerca está de ti, por eso, quebrar los roles y reglas impuestas en la cotidianeidad del hogar es un combate en el que siempre se produce alguna pérdida. Se pierde apoyo, cariño, credibilidad de quien se supone que está ahí para proteger y dar consuelo ante las adversidades de la vida. En este sentido, Romero toma la casa como símbolo central. Con ella construye unas arquitecturas herméticas, atravesadas por unas puertas que no dan entrada, sino que, convertidas en pasillos, conducen de nuevo al exterior. Con estas viviendas privadas, tapiadas, impenetrables, aborda la experiencia del homosexual en el entorno familiar.
Para Romero, toda figura sexodisidente a menudo genera incomodidad, quedando relegada a un aislamiento emocional, a un autismo, a una incapacidad de comunicarse con claridad, sorteando el tabú, merodeando el terreno del silencio, de lo que debe ocultarse, de lo que inquieta y abruma.
Una luz roja ilumina la parte inferior de la instalación, como una alarma que, aunque activada, permanece sigilosa, oculta bajo los pies.

